La Etica De Comer Carne: Una Vista Radical
Por Charles Eisenstein
Traducido por Scott Frost y Cristina Dorribo
La motivación primaria de la mayoría de los vegetarianos que conozco no es la nutrición. Aunque debaten vigorosamente a favor de los beneficios de una dieta vegetariana, muchos ven la buena salud como premio a la pureza y la virtud de una dieta vegetariana, o como un extra. En mi experiencia, una motivación claramente más poderosa entre los vegetarianos – desde estudiantes universitarios idealistas hasta adherentes a las tradiciones espirituales del Este, como el Budismo y el Yoga – es el caso moral o ético de no comer carne.
Enunciado con gran autoridad por luminarios espirituales como Mahatma Gandhi, y por activistas del medio ambiente como Frances Moore Lappe, el caso moral en contra de comer carne a primera vista parece ser abrumador. Como alguien que come carne y a quien le importa profundamente vivir en armonía con el medio-ambiente, y como persona honesta tratando de eliminar la hipocresía de mis maneras de vivir, me siento obligado a tomar estos argumentos en serio.
Un argumento típico es el siguiente: Para abastecer el apetito enorme de carne en la sociedad moderna, los animales soportan un sufrimiento inimaginable en condiciones de suciedad extrema, amontonamiento, y confinamiento. Los pollos están de a 20 por jaula, y los cerdos permanecen en establos de hormigón tan angostos que no se pueden dar vuelta.
El Argumento a Favor del Medio Ambiente
La crueldad es pasmosa, pero no menos que los efectos sobre el medio-ambiente. Se alimentan a los animales de carne entre 5 y 15 kilos de proteína vegetal por cada kilo de carne producida – una práctica desmedida e inmoral en un mundo donde muchas personas se mueren de hambre. Mientras 670 m2 pueden alimentar a un vegetariano durante un año, hacen falta más de 1,2 hectáreas para proveer los granos necesarios para criar la carne que come un consumidor de carne promedio en un año.
Continuando con el argumento, demasiadas veces aquellas hectáreas consisten en desmote de bosques húmedos. El efecto sobre los recursos de agua es igual de desconsolador: la industria de la carne es responsable de la mitad del consumo de agua en los EEUU – 22 mil litros por kilo de carne, comparado con 230 litros por kilo de trigo. Los combustibles no renovables contaminantes son otro insumo en la producción de carne. Y no nos olvidemos de los residuos de antibióticos y hormonas sintéticos que aparecen cada vez con más frecuencia en nuestra red de agua. Aún sin tomar en cuenta la cuestión de quitar vida (después trato ese tema), los hechos detallados arriba – de por sí – dejan claro que es inmoral ayudar y encubrir este sistema comiendo carne.
¿La Fabrica o la Granja?
No discutiré ninguna de las estadísticas de arriba, salvo decir que sólo describen la industria de la carne como existe hoy día. Constituyen un argumento contundente en contra de la industria de la carne, no en contra de comer carne. Porque de hecho, hay otras maneras de criar ganado, maneras que convierten al ganado en un activo medioambiental en vez de en una carga, y en las cuales los animales no llevan una vida de sufrimiento. Consideren, por ejemplo, una granja tradicional mixta que combina una variedad de cultivos, tierra de pastoreo y huertos. Aquí, el estiércol no es ni contaminante ni producto de deshecho, sino un recurso valioso que contribuye a la fertilidad de la tierra. En vez de quitar granos de las masas hambrientas, los animales de pastoreo en realidad generan calorías de comida en tierra no apta para la labranza. Cuando se usan los animales para trabajar – tirando arados, comiendo bichos y generando abono – reducen el consumo de combustibles no renovables y la tentación de usar pesticidas. Los animales que viven afuera tampoco requieren grandes cantidades de agua para su sanidad.
En una granja que no sólo es un establecimiento productor sino un sistema ecológico, el ganado juega un papel beneficioso. Los ciclos, las conexiones y las relaciones entre cultivos, los árboles, los insectos, el estiércol, los pájaros, la tierra, el agua, y la gente en una granja viviente forman una compleja red, “orgánica” en su sentido original, una cosa hermosa no fácilmente vinculada en la misma categoría que una fabrica de hormigón de 5.000 cerdos. Cualquier ambiente natural es un hogar tanto para los animales como para las plantas, y parece razonable que una agricultura que busca estar lo más cerca de la naturaleza posible incorporaría ambos. Es más, en una granja puramente horticultural, los animales silvestres pueden ser un gran problema, y hacen falta medidas artificiales para mantenerlos fuera. Filas lindas de lechuga y zanahoria son un buffet irresistible para los conejos, marmotas y ciervos, los cuales pueden arrasar con campos enteros en una noche. Los granjeros de vegetales deben contar con cercas eléctricas, trampas y sprays y – más de lo que la mayoría de la gente se da cuenta – revólveres y trampas para proteger sus cultivos. Si el granjero elige no matar, cultivar vegetales con un rendimiento que saca una ganancia requiere de sostener la tierra en un estado altamente artificial, aislado de la naturaleza.
Uno podría estar de acuerdo con eso, pero sostener que las granjas idílicas del pasado no son suficientes para cubrir la demanda enorme de nuestra sociedad adicta a la carne. Aun si sólo comes carne orgánica, no estás siendo moral a no ser que tu nivel de consumo sea acorde con que los 6 mil millones de habitantes del mundo compartan tu dieta.
La Produccion y la Productivida
Semejante argumento yace en la suposición injustificada de que la industria de la carne actual busca maximizar la producción. De hecho, busca maximizar la ganancia, lo cual no significa “la producción” sino “la productividad”- unidades por dólar. En términos de dólares, es más eficiente tener mil vacas en un lote de alimentación de alta densidad, comiendo maíz monocultivado en una granja químicamente tratada de 2000 hectáreas, que tener 50 vacas pastoreando en 20 granjas de 100 hectáreas cada una. Es más eficiente en términos de dólares, y probablemente más eficiente en términos de mano de obra también. Pero en términos de carne por hectárea, (o por unidad de agua, combustible no renovable, u otro capital natural) no es más eficiente. En un mundo ideal, la carne sería igual de abundante quizás, pero sería mucho más cara. Así es como debería ser. Las sociedades tradicionales comprendían que la carne es una comida especial; ellos la reverenciaban como uno de los regalos más altos de la naturaleza. En la medida en que nuestra sociedad refleja un valor alto en un precio alto, la carne debe ser cara. Los precios actuales de la carne (y otras comidas) (en los EEUU) son extraordinariamente bajos en relación a los gastos totales del consumidor, comparados tanto con la historia como con los de otros países. La comida absurdamente barata empobrece a los granjeros, degrada la comida en sí, y hace que los métodos de producción menos “eficientes” resulten antieconómicos. Si la comida, y en particular la carne, fuese más cara, entonces quizás no desperdiciaríamos tanta – otro factor a tomar en cuenta al evaluar si el consumo actual de la carne es sustentable.
El Imperativo Moral
Hasta ahora, me he dirigido a los asuntos de las condiciones crueles y la sustentabilidad del medio-ambiente, motivos morales importantes para el vegetarianismo sin duda. Pero el vegetarianismo existía antes de la época de las granjas fábrica, y fue inspirado por la convicción fundamental y sencilla que matar está mal. Simplemente es incorrecto tomar la vida de otro animal innecesariamente; es sangriento, brutal, y bárbaro.
Por supuesto que las plantas están vivas también, y la mayoría de las dietas vegetarianas tienen que ver con la matanza de las plantas. (La excepción es la dieta “frutariana”(sólo frutas).) Pero la mayoría de la gente no acepta que matar un animal es lo mismo que matar una planta, y pocos argumentarían que los animales no son una forma de vida más organizada, con más capacidad de sentir y de sufrir. La compasión se extiende más fácilmente a animales que gritan con miedo y dolor, aunque personalmente, siento lástima por las malezas cuando las arranco de raíz. Sin embargo, es improbable que el argumento “las plantas también están vivas” satisfaga el impulso moral detrás del vegetarianismo.
Además habría que notar que el cultivo mecanizado de vegetales involucra la matanza masiva de organismos de la tierra, insectos, roedores, y pájaros. Otra vez, esto no atañe a la motivación central del vegetariansimo, porque esta matanza es incidental y en principio se puede minimizar. El suelo mismo, la tierra misma, que nosotros sepamos, podría ser un ser con capacidad de sentir, y sin duda una agricultura, aun si estuviera basada en las plantas, que mata el suelo, los ríos, y la tierra es tan reprehensible moralmente como cualquier sistema orientado hacia la carne, pero, otra vez, esto no atañe al asunto esencial del intento: ¿Acaso no está mal matar a un ser que tiene capacidad de sentir innecesariamente?
Uno también podría cuestionar si esta matanza es realmente necesaria. Aunque el establishment de la nutrición está a favor del vegetarianismo, una minoría significativa de investigadores cuestionan con vehemencia sus beneficios para la salud. Una evaluación sobre este debate está más allá del alcance de esta nota, pero después de muchos años de una auto-experimentación dedicada, estoy convencido de que la carne me es muy “necesaria” para que goce de buena salud, fuerza y energía. ¿Acaso mi buena salud es más importante que el derecho a la vida de otro ser? Esta pregunta nos lleva de vuelta a la cuestión central. Es hora de dejar toda suposición no dicha y enfrentar este asunto directamente.
La Cuestión Central
Empecemos con una pregunta cándida y provocadora: “¿Exactamente qué tiene de malo matar?” Y en todo caso, “¿Qué tiene de malo morir?”
Es imposible abordar completamente las implicaciones morales de comer carne sin pensar en el significado de la vida. De lo contrario uno corre el riesgo de la hipocresía, proveniente de nuestra separación del hecho de la muerte detrás de cada pedazo de carne que comemos. La distancia física y social entre el matadero y la mesa de cenar nos aísla del miedo y dolor que los animales sienten a medida que los van llevando al matadero, y un animal muerto se convierte en sólo “un pedazo de carne”. Semejante distancia es un lujo que no tenían nuestros antepasados: en las sociedades de caza y granja antiguas, el matar era de cerca y personal, y era imposible ignorar el hecho de que éste acababa de ser un animal vivo.
Nuestro aislamiento del hecho de la muerte se extiende mucho más allá de la industria de la comida. Al acumular los tesoros del mundo – la riqueza, el nivel social, la belleza, la pericia, la reputación – ignoramos la verdad de que son impermanentes, y por lo tanto, al final, sin valor. “No los podés llevar con vos, ” dice el refrán, pero el sistema americano, obsesionado con la adquisición mundana, se basa en la pretensión que sí podemos, y de que estas cosas sí tienen un valor real. Muchas veces sólo una experiencia cercana con la muerte ayuda a que la gente se dé cuenta de lo que realmente es importante. La realidad de la muerte revela como tontería las metas y los valores de la vida moderna convencional, tanto las colectivas como las individuales.
Entonces, con razón que nuestra sociedad, con una riqueza sin precedente, también ha desarrollado un miedo a la muerte igual de sin precedente en la historia. Tanto en un nivel personal como institucional, prolongar y asegurar la vida se ha convertido en algo más importante que cómo se vive esa vida. Esto se torna más evidente en nuestro sistema médico, por supuesto, en el cuál se considera a la muerte el máximo “desenlace negativo”, ante lo cuál se prefiere hasta la agonía prolongada. Veo la misma clase de pensamiento en los estudiantes de la universidad del estado de Pennsylvania, quienes eligen sufrir la “agonía prolongada” de cursar materias que odian, para conseguir un trabajo que realmente no les gusta, para tener la “seguridad” financiera. Tienen miedo de vivir como corresponde, de reclamar su derecho al nacer, que es hacer trabajo interesante y que da alegría. El mismo miedo sirve de fundamento para la obsesión lunática de nuestra sociedad con la “seguridad”. Hoy en día el objetivo americano es aislarse de la muerte lo más posible – para lograr la “seguridad”. Al final de cuentas, se trata del ego intentando hacer permanente lo que nunca puede ser permanente.
Dualismo Moderno
Mirando más al fondo, la raíz de este miedo, creo yo, yace en la separación dualistica del cuerpo y el alma, la materia y el espíritu, el hombre y la naturaleza, que tiene nuestra cultura. El legado científico de Newton y Descartes sostiene que somos seres finitos y separados; que la vida y sus acontecimientos son accidentales; que se pueden explicar los procesos de la vida y el universo en su totalidad en términos de leyes objetivas aplicadas a las partes elementales e inanimadas; y por lo tanto, que el sentido y Dios son proyecciones de nuestras ilusiones. Si sólo existe la materialidad, y si la vida carece de propósito real, entonces por supuesto que la muerte es la calamidad máxima.
Curiosamente, el legado religioso de Newton y Descartes no es muy diferente. Cuando la religión abdicó la explicación de “cómo funciona el mundo” – la cosmología- a la física, se volcó al reino de lo no-mundano. El espíritu se convirtió en lo opuesto de la materia, algo elevado y separado. No importaba mucho lo que hacías en el mundo material, no era importante, en tanto que tu “alma” (inmaterial) fuese salvada. Bajo un punto de vista dualistica de la espiritualidad, vivir bien como un ser de carne y sangre, en el mundo material, se torna menos importante. La vida humana se convierte en una excursión temporaria, una distracción inconsecuente de la vida eterna del espíritu.
Otras culturas, culturas más antiguas y sabias, no lo veía así. Ellas creyeron en un mundo sagrado, de la materia infundida con el espíritu. Animismo, lo llamamos, la creencia de que todas las cosas poseen un alma. Hasta esta definición traiciona nuestras suposiciones dualisticas. Quizás una definición mejor sería que todas las cosas son alma. Si todas las cosas son alma, entonces la vida de carne, en el mundo material, es sagrada. Estas culturas también creían en el destino, la inutilidad de tratar de vivir más allá del tiempo de uno. Vivir como corresponde en el tiempo asignado es entonces cuestión de suma importancia, y la vida una jornada sagrada.
Cuándo la muerte en sí, en vez de una vida mal vivida, es la calamidad máxima, es fácil ver por qué una persona ética elige el vegetarianismo. Privar a una criatura de la vida es el crimen máximo, especialmente en el contexto de una sociedad que valora la seguridad más que la diversión, y la seguridad más que el riesgo inherente de la creatividad. Cuando el sentido es un engaño, entonces el ego – la representación interna de sí mismo del yo en relación al no yo – es todo. La muerte nunca está bien, ni parte de una armonía mayor, de un propósito mayor, de un diseño divino, porque no hay un diseño divino; el universo es impersonal, mecánico, y sin alma.
La Ciencia Obsoleta
Afortunadamente, la ciencia de Newton y Descartes es obsoleta hoy en día. Sus pilares de reduccionismo y objetividad se están rompiendo bajo el peso de los descubrimientos del siglo veinte de la mecánica cuántica, la termodinámica, y los sistemas no lineales, en los cuales el orden surge del caos, la simplicidad de la complejidad, y la belleza de la nada y de todas partes; en las cuales todas las cosas están conectadas; y en las cuales hay algo acerca del todo que no se puede entender totalmente en términos de sus partes. Estén avisados: la mayoría de los científicos profesionales no aceptarían mis opiniones, pero creo que la ciencia moderna tiene mucho que señala a un mundo de alma, en el cual la conciencia, el orden y el propósito cósmicos están escritos en la tela de la realidad.
Desde un punto de vista animista y holista, la pregunta moral que hay que plantearse no es “¿Hubo una matanza? “, sino “¿Se está tomando esta comida con justificación?” La vaca es un alma, sí, y también la tierra y el ecosistema y el planeta. ¿Esa vaca llevó la vida que corresponde a una vaca? ¿Se crió de una forma bella o fea (según mi comprensión actual)? Uniendo la intuición con el conocimiento de los hechos, pregunto yo si comer esta comida contribuye a la pizca minúscula de un diseño divino que yo puedo ver.
El Diseño Divino
Está la hora de vivir y la hora de morir. Así es la naturaleza. Si lo pensás, el sufrimiento prolongado en la naturaleza no es común. Nuestra industria de la comida se beneficia del sufrimiento prolongado de los animales, la gente y la tierra, pero esa no es la única forma. Cuando una vaca vive la vida que le corresponde a una vaca, cuando su vida y muerte están en concordancia con un mundo hermoso, entonces para mí no hay dilema ético en matar esa vaca para comida. Por supuesto que hay dolor y miedo cuando llevan a la vaca al matadero (y cuando el petirrojo arranca la lombriz, y cuando los lobos comen el caribú, y cuando la mano desarraiga la maleza), y eso me pone triste. Hay mucha tristeza en la vida, pero debajo de la tristeza hay una alegría que no depende de evitar el dolor y maximizar el placer, sino que depende de vivir como corresponde y bien.
Sí sería hipócrita que yo aplique esto a una vaca y no a mí mismo. Para vivir con integridad como matador de animales y plantas, me es necesario vivir como corresponde y bien, aun y especialmente cuando tales decisiones parecen afectar mi comodidad, seguridad, y auto-interés racional, aun si, algún día, vivir como corresponde es arriesgar la vida. No sólo para animales, sino para mí también, está la hora de vivir y la hora de morir. Digo: Lo que está bien para cualquier criatura viviente está bien para mí también. No es necesario que comer carne sea un acto de “especie-ismo” arrogante, sino más bien la sumisión humilde al flujo de la vida y la muerte.
Si esto les suena radical o inalcanzable, considera que todos aquellos cálculos de lo que “a mí me beneficia” y de lo que “me puedo dar el lujo” se tornan cansadores. Cuando vivimos como corresponde, decisión por decisión, canta el corazón aun cuando la mente racional no esté de acuerdo y protesta el ego. Aparte, la sabiduría humana tiene límites. Pese a nuestras maquinaciones, al final de cuentas, no tenemos éxito al tratar de evitar el dolor, la pérdida, y la muerte. Para los animales, las plantas, y los humanos, la vida es más que no morir.
Acerca Del Autor
Charles Eisenstein es un padre que se queda en casa. Vive en Pennsylvania. Enseña part-time en la Universidad de Pennsylvania. Se puede comprar su libro, El Yoga de Comer (The Yoga of Eating), de los editoriales New Trends Publishing, http://www.newtrendspublishing.com/YOGA/.
Ana Martín says
En el fondo, el artículo es una preciosa manifestación de humildad humana, que tanta falta nos hace. Estoy completamente de acuerdo y muy agradecida, pues este autor ha puesto en palabras lo que yo sentía y no sabía expresar. Cuando como un trozo de carne de pasto, por supuesto que tengo tranquila la conciencia, pero, además, no puedo evitar un sentimiento profundo de agradecimiento y amor por el animal que me está dando su naturaleza para que yo siga viviendo, igual que yo se la daré a otros organismos cuando me llegue la hora. Y mi perro, que es el amor de mi vida y no se hace líos, está completamente de acuerdo conmigo.